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1 NUEVA AUTOBIOGRAFÍA DEL P. GUILLERMO DE UGAR, CAPUCHINO Esta amenaza me fue tan saludable que borró -en mí el deseo de alis– tarme otra vez. Paso a contar otra falta de mi infancia que dio que sentir mucho a mis padres. España estaba entonces en guerra con los franceses. No veíamos en nuestro derredor sino soldados, y no oíamos hablar más que de combates. Los niños, que imitan desde luego cuanto ven y entienden, se organizaban militarmente en todos los pueblos. Pasaban los domingos en el ejercicio de las armas, con sables, espadas y bayonetas de madera. Esto también tenía lugar en mi pueblo y yo era el jefe. Un domingo, después de vísperas, dije a mis soldados: «Marchemos al pueblo más próximo! Tomemos las armas!». Nos pusimos en camino. A nuestra llegada, los muchachos de 12 a 16 años nos recibieron muy bien; pero bien pronto observé que uno tras otro iban misteriosamente desapa– reciendo. Esta retirada ·me hizo sospechar que algún golpe de mano se tra– maba contra nosotros. Temiendo por mis compañeros, les invité a retirarse y salimos del pueblo. Al acercarnos al nuestro, cual fue nuestro espanto al ver un gran nú– mero de muchachos, mayores que nosotros, que intentaban cortarnos la • retirada. Nuestros compaisanos ignoraban de qué se trataba. Lo compren– dieron bien pronto al vernos huir perseguidos por nuestros enemigos. Gra– cias a Dios pudimos salvarnos, de lo contrario nos habrían aplastado. Al aproximarme al pueblo, vi a mi padre en un sitio por donde for– zosamente tenía que pasar. Comencé a temblar no sin motivo, porque cuan– do estuve-al alcance de su brazo, sin decir una palabra, se apoderó de mi débil persona, me aprisionó entre sus piernas, me soltó los pantalones, me levantó la camisa y me proporcionó, lo que nosotros llamamos, una gran zurra, esto es una azotaina en regla! La acepté sin quejarme; la había bien merecido. Así acab6 esta famosa campaña. Ved ahora el tercer disgusto, bien serio que ocasioné a mis pobres padres. Esta vez estuve a punto de morir miserablemente. Ved cómo: Un día, víspera de la fiesta de San Antonio de Padua, fui con algunos compañeros a bañarme en un río 5 • No era muy ancho, pero en medio de la corriente había un remolino muy peligroso. Yo no sabía nadar; los otros no mucho a excepción de uno más joven que yo. Yo cometí la imprudencia de acercarme al remolino. ¡Ay! enseguida me sentí atrapado por la fuerza 5 Es el río Ubagua que nace en término de Riezu y que al juntarse con el Saládo; forma el Pantano·. de Allóz. NT. · [3] 613

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