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FRAY CRISPÍN DE Rrnzu El Duque de Angulema al frente de un poderoso ejército, enviado por su tío el Rey Luis XVIII, entró en España para librar al país de la desdi– chada Constitución; al abrigo de este ejército partimos los tres. En Bayona , tuvimos el consuelo de hallar al Rmo. Padre que se disponía a entrar igual– mente en España. Informado mi R. P. Provincial de mi vuelta a la provincia, me ordenó trasladarme al convento de Los Arcos para finalizar mis estudios. El con– vento de Pamplona había sido incendiado por los liberales. Terminado el último año de teología 7 me enviaron al convento de Cintruénigo, casa de noviciado, y poco después al de Vera. Allí gozamos algunos días de una paz envidiable pero de corta duración. III. CAPELLAN MILITAR Cuando en 1830 subió Luis Felipe al trono de Francia, se propuso renovar la revolución en España, y para lograrlo solicitó la ayuda necesaria de los españoles exilados en Francia y además la del rey Fernando VII y la de los numerosos aventureros de otras naciones. Estos hijos de la revolu– ción, bien armados y con un plan bien urdido, proyectaron entrar en España por los diferentes pasos de la frontera, principalmente por el lado de Vera. En el convento hacía días que estábamos muy intranquilos, y el Padre Guardián más que todos. El Padre Provincial le había escrito una carta en la que le decía: «Salvad a los religiosos, poco importa que el convento se pierda». Tuvimos que huir. Nuestra salida del convemo fue precipitada porque los revolucionarios avanzaban hacia la villa. Nosotros pasamos cerca de un viejo castillo guardado por unos doscientos aduaneros, que en España se les llama carabineros. Estos con sus jefes comenzaron a gritar: ¡«Padres, Padres, tened piedad de nosotros! EJ enemigo viene a combatirnos. Es de creer que tendremos heridos y que morirán sin confesión por falta, de sacerdote». Ante estos gritos tan penetrantes, mi alma se conmovió, y tomé la decisión, que quizá parezca temeraria según la carne, pero muy conforme con las máximas del Evangelio. Le dije a mi Padre Guardián: «R. P. dadme permiso, si os agrada, para encerrarme en este castillo con estas pobres gen– tes». El buen Padre Guardián me respondió en el acto: «Si os sentís con valor suficiente, P. Guillermo, haced lo que queráis, tenéis mi bendición; todos nosotros nos vamos al monte». 7 P. CIÁURRIZ, Capuchinos ilustres, p. 411. El P. Guillermo fue ordenado de sacerdote el 13 de marzo de 1824. 616 [6]

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