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FRAY CRISPÍN DE Rrnzu del agua que me arrastraba hacia el fondo. Hice esfuerzos para retirarme, pero sin lograrlo. Yo me hundía en el agua ... ¿Cómo pude salir de este peligro? No lo sé. Mis compañeros, testigos de esta tragedia, me contaron que yo al ser engullido por el agua, hice esfuer– zos desesperados para salir de ella. Veían que mis manos salían de cuando en cuando del agua, como demandando socorro. Estos compañeros que me querían mucho, exhortaban al jovencito que sabía nadar, a entrar en el río para salvarme, pero el pequeño no se atrevía, temeroso de ahogarnos los dos, y tenía razón. A los gritos de alarma de mis buenos condiscípulos, un pobre hombre que trabajaba muy cerca, acudió prestamente y arrancando una rama de no sé que árbol la lanzó hacia mí. Y por la misericordia de Dios, esa mezquina rama cayó en mis manos. A su contacto volví en mí. La agarré fuertemente, y entonces el muchachito que sabía nadar se lan~ó al agua y tomando el otro cabo de la rama me separó del peligro! Estos son los principales rasgos de mi infancia. En lo tocante a mi vida religiosa, debo decir ante todo que comencé mis estudios sin decidirme por una carrera ni por una profesión determinada. Mi padre que era terrate– niente, no quería que yo me ausentase. Fue preciso la intervención de mi piadosa madre. Sin duda pensaba que más tarde tendría en casa un sacerdote secular. Pero yo no soñaba con ser sacerdote secular. Obtuve el consenti– miento de mi padre. Comencé los estudios, como lo he insinuado antes, sin una vocación determinada. Es el buen Dios que me iluminó más tarde de una manera rara, hablando naturalmente. Un día, vi pasar a un hombre que marchaba muy modestamente, vestido con un sayal oscuro, la cabeza rapada y los pies descalzos. Era un pobre capuchino. Era la primera vez que me encontraba con él; no conocía ninguna otra Orden religiosa. Después de la caída de Napoleón, los religiosos apenas si comenzaban a restaurarse en España. Los modales tan modestos, tan ejemplares de este buen Padre, que se llam-aba Fr. Prudencia de Pamplona 6 me conmovieron de tal manera que la gracia comenzó a actúar en mi alma. Este es el origen de mi vocación al estado religioso. II. VIDA RELIGIOSA Dios por un rasgo de su misericordia infinita me apartó del mundo, en donde yo me hubiera perdido irremisiblemente, porque mi alma y mi cuerpo corrían a su perdición; verdaderamente este Dios bondadoso que me ha 6 El P. Prudencia de Pamplona (Prudencia Francisco llarreguü entró en la Orden el 8 de diciembre de 1796. En 1827 guardian de Rentería. Murió en 1836. NT. 614 [4]
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