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VIDAL PEREZ DE VILLARREAL Después de la paz de Constantino se procedió a trasladar los restos de los mártires más insignes a las nuevas basílicas que se iban levantando, pero sin conceder sepultura dentro de sus muros a quien no perteneciese a este grupo venerando de los mártires. Al mismo Constantino se le enterró en el atrio o pórtico de la Basílica de los Apóstoles San Pedro y San Pablo de Constantinopla, como agradecimien– to a su comportamiento con el cristianismo. Este privilegio se fue extendien– do después en el oriente a sus sucesores y más tarde a los Obispos y Sacerdo– tes y «a otras personas de distinguido carácter y reconocida virtud», cons– truyéndose con este fin pórticos o cementerios especiales en las afueras de los templos, «a manera de claustros abiertos» y que recibieron el nombre de Exedras 9 • Enterramientos dentro de los templos Tras la caída del Imperio de Roma, se fueron olvidando en el Occidente europeo las costumbres latinas y en el de Bizancio se siguió la iniciada en tiempo de Constantino, utilizando los atrios o pórticos de las iglesias como lugar de descanso para los restos de personas distinguidas por su actuación particular en la vida civil o en la eclesiástica. Se fue ampliando poco a poco este privilegio y lo mismo en Oriente que en Occidente se comenzó a enterrar en los Exedras o pórticos a numerosos civiles de vida no demasiado sobresaliente, a pesar de las repetidas prohibi– ciones de muchos concilios locales de diferentes iglesias regionales de toda la cristiandad. El hombre medieval se caracterizó, principalmente en Europa, por su profunda religiosidad y su estoicismo ante la muerte. Su vida estaba rodeada de muchas dificultades y peligros y la muerte se hallaba siempre presente en todas sus actividades; sus enemigos constantes eran los pueblos vecinos, las fieras, la naturaleza con sus elementos desencadenados, el hambre y las epide– mias, y su esperanza de vida no era superior a los cuarenta años 10 • Como consecuencia apareció una falsa piedad combatida desde el principio por los Padres de la Iglesia, que hizo que el hombre medieval buscase y pidiese con insistencia poder ser sepultado al lado de las basílicas, para reposar junto a las cenizas de los mártires después de tanto sufrimiento, y los Exedras se convir– tieron en cementerio común para todos, pasando al interior de los templos las sepulturas de las personas distinguidas por su ciencia y virtud. Se acabó por considerar en todo el mundo cristiano este hecho accidental como una realidad generalizada, de forma que, al permitir el Emperador León VI, «el Filósofo», que se pudiese enterrar cualquier fiel junto a los templos, comenzaron a realizarse de forma general las inhumaciones ·de los personajes más relevantes de la sociedad en el interior de los mismos, dejando 9. RAMÓN DE HUESCA, P., Nueva instancia a favor de los cementerios contra las preocu– paciones del vulgo. Pamplona, Ezquerro, 1792, p. 103. Véase p. 38. 10. GóMEZ DE VALENZUELA, Manuel, La vida cotidiana en el Reino de Aragón en los siglos XI y XII. Cuadernos de Zaragoza, n.º 23. Zaragoza, Ayuntamiento de, 1978. Véase p. 51. 478 [4]

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