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272 Vida) Pérez de Villarreal su vencedor, difundieron por doquier el falso rumor de que navarros y marroquíes venían matando a todos sin compasión. Por eso la gente estaba aterrada, llena de pánico no atinaba a dónde ir. Tropeles de gente se aglomeraban ante _el puente Jnternacional. Otros muchísimos venían a Fuenterrabía; era una muchedumbre inmensa de hombres, mujeres y niños desconsolados; era un desjile ininterrumpido de gentes alocadas en busca de un barco cualquiera que les llevara hasta Francia. Quema de Inín Desde nuestra residencia contemplamos horrorizados la quema de Irún. Tal vez Juera el 4 de Setiembre. Los milicianos rojos comenzaron a incendiar la ciudad prendiendo fuego a los edificios más próximos a la iglesia parroquial. La iglesia no sufrió ningún daño, porque estaba firme– mente custodiada por los gudaris. Tras el estallido de las bombas incendiarias fueron ardiendo una tras otra todas las viviendas de la calle Colón; ardían íos pisos de madera despidiendo grandes llamaradas por las ventanas, luego se desplomaba la techumbre y el edificio se convertía en un horno en llamas. Los milicianos no cesaban de lanzar bombas y más bombas inflama– bles casa por casa, según el plan estudiado. La espesa nube de humo oscureció el firmamento; las grandes y gigantescas llamaradas resplande– cieron con nueva intensidad y magnitud al caer las sombras de la noche. Llenos de pena y tristeza llorábamos y orábamos como niños sin poder hacer nada que remediase tan gran calamidad. De aquel fuego devastador tan solamente se libraron las viviendas de la Avenida de Fuenterrabía y las del barrio obrero ubicado al Noroeste de la ciudad. Ultimos coletazos Los últimos destacamentos de milicianos rojos se d~fendieron brava– mente hasta el último cartucho defendiendo por un lado a cuantos se dirigían hacia Oyarzun y San Sebastián, y por otro cubriendo la escasa zona fronteriza que aprovecharon al máximo los fugitivos que lograron pasar a Francia. Los vencedores apuraron las acciones militares y entraron el día seis en Irún. Los milicianos luchaban a la desesperada; íos fugitivos ya no

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