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260 Vidal Pérez de Villarreal El se limitó a decirme: Les habían denunciado por tener armas, han registrado el convento minuciosamente y no se ha encontrado nada que pueda comprometerles. · De inm;diato les dije a los religiosos: Les traigo la gran noticia. Prepárense para volver cuanto antes al convento. -iNo estamos para bromas!, ex/amó el P. Gabriel. Yo repliqué: Pues no es broma. Es la verdad. Acaba de decírmelo el cabo. Han hecho un registro minucioso en el convento y como no han encontrado nada que pueda comprometernos, estamos libres, ya podemo.s prepararnos para volver al convento. Lágrimas de viva emoción brillaban en los ojos de los religiosos. Los otros prisioneros nos felicitaban por tan giorioso final al par que nos manifestaban su pena acrecentada ahora por nuestra ausencia. Recogimos nuestro hato de ropa. Entre sollozos y fuertes alJrazos nos despedimos de todos y salimos, tal vez para siempre de aquella ''fortaleza encantada". En la puerta principal nos esperaba el mismo autobús que nos había traído. Esta vez no había fusiles ni ametralladoras, pero sí nos laceraban las miradas torvas y aviesas de los milicianos de camisola roja. Eran ya las- once horas. Era cuesta abajo, era hacia la querencia, el autobús corría veloz y nuestro corazón saltaba de alegría y felicidad. Verdadero motivo de nuestra súbita liberación El P. Superior, gozoso y feliz, nos dio la bienvenida abrazándonos a todos fraternalmente en la portería del convento. Luego nos congregamos en el coro de la iglesia para entonar un solemne Te Deum en acción de gracias por nuestra liberación de la prisión y por nuestro retomo a la vida normal de comunidad. El P. Superior nos explicó después cómo efectivamente los milicianos rojos habían registrado todas y cada una de las dependencias del conven– to, iglesia, cementerio y huerta en busca de armas que no las pudieron encontrar, porque nunca las habíamos tenido. Y que el verdadero motivo era el siguiente. · 1 Admirados los vecinos del Barrio Amute de que aquella mañana no sonaba la campana de !ti iglesia de los capuchinos ni a las cinco, ni a las seis y media según Ia costumbre, fueron a averiguar qué es lo que pasaba en el convento.

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