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UN VOCABLO EXPRESIVO EN ESPERA DE RESCATE Tipú la gran noticia de que el jefe de los itzáes, CAN EK, quiere entrar en rela– ción con los españoles del Yucatán, no con los de Guatemala, que habían arres– tado y asesinado a varios de sus súbditos. Interviene el P. Avendaño con sus co– frades franciscanos en la primera embajada, cargada de regalos para el principal cacique, dispuesta por Martín de Ursúa. Y desde el Petén-ltzá llegan a Mérida, por el mes de diciembre, embajadores del CAN EK, cuyo sobrino la encabeza. U rsúa los recibe con deslumbrante esplendor, y se concierta con ellos "beber la misma agua y habitar la misma casa". Instruidos debidamente en la religión cris– tiana, se bautizan los cuatro itzáes, que regresan, escoltados hata Tipú por 30 hombres de armas con el capitán Ariza y siete sacerdotes misioneros. Entre tanto el propio CANEK, con más de 400 indios, pintados de negro, y bien guarnecidos con flechas, navegan en las canoas hasta la ribera de la Gran La– guna, en donde el equipo misionero, presidido por el P. Avendaño, logra no sólo suavizar la fiera agresividad del primer encuentro, sino ganar su afecto con dádi– vas generosas, que lemueven a brindarles guías que les retornen aTipú sin riesgo de enemigos. Cortesías traicioneras fueron aquellas muestras de fingido afecto. Huyeron los guías; indios itzaes se enfrentaron con el grupo capitaneado por D. Pedro Zubiaur al que apresaron alguna de su gente (entre ellos al misionero frayJuan de San Buenaventura) los mataron y se sospecha que se los comieron; el rumor de una rebelión general, por no querer pactar con los españoles, iba cobrando con– sistencia por días. D. Martín de Ursúa, desengañado, determina dirigir perso– nalmente la empresa. A su costa quedan abiertas para finales del año 1695, más de 80 leguas carretables, con sus vados y sus puentes, en dirección al Gran Petén. Naufragan sus planes, y no por los aguaceros, como aquella recua de 200 mulas, despachada a mitad de año para avituallar a los expedicionarios: el 13 de febrero de 1696 tuvo que entregar el mando a su titular, Soberanis Centeno, absuelto de toda culpa por la Real Audiencia de México. Y el receloso Soberanis se dio a de– sacreditar la obra civilizadora de Ursúa y a gestionar con el virrey interino, D. Juan Ortega y Montañés, obispo de Michoacán, su extrañamiento yucateco. Ursúa recurre al mismo soberano ¿Cómo renunciar a una empresa a punto de ser coronada por el éxito, cuando tales derroches le habían costado las expedi– ciones de los meses de mayo (100 voluntarios) y diciembre (150 voluntarios) del pasado año de 1695? Desde el Buen Retiro se despachan, el 29 de mayo de 1696, sendas reales cé– dulas: la una de especial agradecimiento al sargento mayor D. Martín de Ursúa, del que espera su majestad termine felizmente la obra comenzada; la otra algo– bernador Soberanis, que se convierte en el más entusiasta colaborador de su ri– val. Desde Campeche emprende Ursúa la marcha el 24 de enero de 1697, con su comitiva, "la gente de a caballo", carpinteros de ribera, misioneros, designados por el obispo de Yucatán, indios macheteros, vituallas. Por el camino se la aso– cian 30 chanes, tribu, al parecer, de los quehaches, no bien avenidos con los del Petén. A orillas de la Gan Laguna se improvisa un astillero, en el que Ursúa hace contruir una galeota yuna piragua. Los itzáes, con una osadía y un orgullo naci– dos de su enorme superioridad numérica, no cesaron en disparar flechas desde [7] 447

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