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Art. I: Cultivo de la vida fraterna (84-96) Con referencias a textos de la Sagrada Escritura se especifica lo que comporta el ser una comunidad de hermanos: "Dados unos a otros como hermanos por el Señor y dotados de dones diferentes, aceptémonos mutuamente de corazón. Por lo tanto, dondequiera que estemos, reunidos en el nombre de Jesús, tengamos un solo corazón y una sola alma, esforzándonos por avanzar siempre hacia una mayor perfección; y, como verdaderos discípulos de Cristo, amémonos mutuamente de corazón, llevando las cargas y los defectos los unos de los otros y ejercitándonos de continuo en el amor divino y en la caridad fraterna, procurando dar ejemplo de virtud entre nosotros y a todos y dominando las propias pasiones y las malas inclinaciones" 20 • l. Cada hermano es un don El principio que sirve de fundamento a la vida de fraternidad es este: Dios nos da al hermano como un don. Esta realidad, tan verdadera y profunda en la comunidad religiosa, exige que cada miembro de la fraternidad, con denodado y paciente compromiso, renueve cada día la opción libre de acoger y adherirse al don de Dios: "Todo hermano, dado por Dios a la fraternidad, es motivo de alegría y, al mismo tiempo, estímulo para renovarnos en el espíritu de nuestra vocación" 21 • De este principio nacen dos consideraciones: 1. La comunidad no procede de mí: no soy yo el que la funda ni el que la lleva a la realidad práctica. 2. Yo no elijo a aquéllos con los que estoy llamado a vivir en compañía: es Dios quien me los da. Dice Jesús: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que soy yo el que os he elegido a vosotros" 22 • 2 ° Const 84,1. 21 Const 26,1. 22 Jn 15,16. 90

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