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Estas dos características son indispensables para una oración que no ha de estar desarraigada de la realidad, sino encarnada en las situaciones concretas de la vida. Uná búsqueda de Dios que no llevase a la comunión con los hermanos no sería ni siquiera un verdadero encuentro con El. La oración auténtica nos da a Dios y nos hace darlo a los demás. Y cuanto más intenso sea el encuentro con el Padre, tanto mayor será la apertura a los hermanos. El Señor continuamente libera a sus amigos del inmovilismo para acercarlos a sus semejantes con los que los llamapara compartir sus dones; así la oración y la acción, inspirada en el único y mismo Espíritu del Señor, aun cuando sean opuestas entre sí, se complementanmutua– mente. Pablo VI, refiriéndose a la doctrina del Vaticano II en el "Perfectae Caritatis", escribía a los religiosos: "Cuando vuestra vocación os destina a otras funciones al servicio de los hombres -vida pastoral, misiones, enseñanza, obras de caridad, etc.- ¿no será ante todo la intensidad de vuestra adhesión al Señor, lo que las hará fecundas, justamente según la medida de esta unión 'en el secreto'? (cfr. Mt6,6). Si quieren seguir siendo fieles a las enseñanzas del Concilio, 'los miembros de todo instituto, buscando aDios ante todo', ¿no deben 'unir la contempla– ción, mediante la cual se adhieren a El con el corazón y el espíritu, y el amor apostólico que se esfuerza por asociarse a la obra de la redención y por extender el reino de Dios'?" 9 • Afirmando que "la oración franciscana es afectiva, es decir, oración del corazón, que nos conduce a la íntima experiencia de Dios", aunque sea de una forma breve, queda ilustrado el sentido de la oración franciscana que tiende a la unión con el Padre mediante Cristo en el Espíritu Santo. La oración afectiva, caracte– rizada por la efusión libre y espontánea se deja guiar por la acción de la gracia. Tiene como fin la contemplación sapiencial que, conduciendo a la uniónperfectaconDios mediante el amor, supone 9 ET 10. 62