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sión, por la vida eremítica. Aun hoy, los lugares sagrados del franciscanismo se levantan en las altas montañas del centro de Italia como mudos testigos de los frecuentes y prolongados replie– gues de Francisco a la soledad completa. No ha faltado quien ha llamado a Francisco -el hombre de las cavernas-. La vida del Hermano transcurrió en un movimiento de repliegue y despliegue, de las montañas a los caminos y de las multitudes a la soledad. Sus tres últimos años, revestido ya de las llagas, fueron una peregrinación de eremitorio en eremitorio. Hubo en su vida varios momentos de vacilación sobre si debía realizar vida mixta o exclusivamente contemplativa. Tenemos la impresión de que Francisco fue un eterno insatisfe– cho en su inextinguible sed de Dios y de que un lado importante de su alma quedó incompleto y como frustrado. Por su parte, hubiese sido un feliz y perpetuo anacoreta en cualquier risco de los Apeninos. Fue el Evangelio el que lo sacó de la soledad. Ese lado incompleto lo completó Clara. Me atrevo a decir que Clara, con su encierro contemplativo, llevó a plenitud los sueños más profundos, el inconsciente más añorado, el rincón más florido y favorito del alma de Francisco: el ansia nunca saciada de contemplar el Rostro del Señor y de dedicarse exclusivamente a cultivar el deseo de Dios" 50 • Las Constituciones exhortando a los hermanos a la imitación de Francisco "quemás parecíano uno que orase, sino un hombre hecho todo oración" 51 , invitan a cultivar el espíritu de oración 52 , a ser asiduos en las alabanzas del Señor y en la meditación de su palabra, siendo cada vez más fervorosos en llevar alegremente a los hombres al amor de Dios a través de nuestra actividad 53 • De ahí el que no se trate sólo de establecer tiempos de oración y de ser fieles 50 Cfr Ignacio Larrañaga, Hermano Francisco. Vida profunda de Francisco. Edic. Paulinas, Madrid, 11 1 ed., 1980, pág.251 51 Const 45,7. 52 Cfr Const 45,7. 53 Cfr Const 13,4. 38

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