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debe constituir su pasión y la razón de su vida, reforzando y consolidando tal unión con una intensa vida de oración-, personal y contemplativa, sabiendo que, si se descuida, disminuyen los vínculos de unión con Cristo y el alma cae en un estado de tibieza espiritual. De la oraciónno sepuede separarel sacrificioque, purificándonos en la disciplina y disponibilidad, nos hace más aptos para salva– guardar el precioso contenido de la vida virginal. En línea con la disponibilidad para el sacrificio, fruto de una verdadera conver– sión, está el sacramento de la reconciliación, que nos obtiene el perdón sobre las faltas del pasado y nos abre nuevos tesoros de gracfa para una mayor generosidad con las exigencias de Dios. Naturalmente que la participación en la Eucaristía, tanto en el sacrificio como en el banquete, tiene particular importancia. El amor de Cristo en el sacramento es prototipo del amor que se sacrifica. La participación en el banquete eucarístico consolida esta donación y realiza una unión cada vez más íntima con Cristo. Con el alma se santifica también el cuerpo de tal modo que se anticipa el estado definitivo del hombre: la vida virginal, símbolo y signo del estado al que tiende, se convierte en anticipo del estado futuro en la vida eterna. El uso de los medios naturales y sobrenaturales, el compromiso constante contra la tentación, contribuyen a madurar afectiva y sexualmente a la persona, haciendo que ésta recorra gradualmente el camino de la conversión, que va desde el "amor egoísta y posesivo al amor oblativo, capaz de entregarse a los demás" 21 • S. La vida de fraternidad La vida de fraternidad, ayudando a estamaduración, se convier– te en ayuda de la vida consagrada en castidad: "Recuerden todos los hermanos -así se expresa el texto de las Constituciones refiriéndose 21 Const 171,1. 148
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