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ellas cuando les dan la penitencia u otro consejo espiritual. Y ninguna mujer en absoluto sea recibida a la obediencia por algún hermano, sino que, una vez aconsejada espiritualmente, haga penitencia donde quiera. Y estemos todos muy alerta y mantenga– mos puros todos nuestros miembros, porque dice el Señor: Quien mira a la mujer para apetecerla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28). Y el Apóstol: ¿Es que ignoráis que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo? (cf. 1Cor 6, 19); así pues, al que violare el templo de Dios, Dios lo destruirá (1Cor 3,17)" 10 • A pesar de estas fuertes experiencias, Francisco estaba muy lejos de asumir en las relaciones con las mujeres la actitud común de la ascética de su tiempo que presentaba a la mujer casi exclusi– vamente como un peligro o incluso como un mal. El respeto de Francisco en sus relaciones con las mujeres se basa en su sentido de la caballerosidad. Como caballero de Cristo él se siente animado de una profunda deferencia hacia el sexo femenino, especialmente hacia las personas consagradas a Dios. Recomendaba esta caballe– rosidad a sus hermanos, narrándoles la parábola de los dos emba– jadores que fueron enviados a llevar una embajada a la reina y de los cuales el rey premió a aquel que se había manifestado modesto en su mirada y castigó al otro que se había atrevido a levantar su mirada sobre la esposa del rey para contemplar su belleza 11 • También es significativa su respuesta al hermano que le pregun– taba por que no se había dignado ni siquiera echar una mirada a la joven que se había acercado a él con gran devoción: "¿Quién no tendrá reparo en mirar a una esposa de Cristo? Porque, si los ojos y la cara dan expresión a la predicación, ella tenía que mirarme a mí y no yo a ella" 12 • La amistad profunda y delicada tanto con santa Clara como con Jacoba de Settesoli es un claro testimonio del cuidado con el que 10 lR 12,1-6; FF 38. 11 Cfr 2C 79,113; FF 700. 12 2C 80,114; FF 701. 144

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