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su misión no sólo en la santificación de cada uno de sus miembros sino también en relación con la vida de toda la Iglesia; ya que la finalidad es siempre la misma: una santidad siempre mayor y un testimonio más auténtico en el mundo; e idéntico es también el principio que lo anima: el Espíritu Santo. Todo esto significa que se dará una verdadera renovación por parte de los religiosos, en la medida en que ellos mismos sean "espirituales", es decir hombres de oración, de reflexión, someti– dos interiormente al Espíritu, con sensibilidad para las cosas de Dios y para con los compromisos del mundo. Pablo VI, en la Audiencia General del 15 de diciembre de 1965, al hablar de la renovación decía: "No todos los efectos conciliares son visibles y exteriores. La renovación conciliar no se mide solamente por el cambio de cosas externas, sino por el cambio de ciertas posturas mentales, de cierta inercia interior, de cierta resistencia del corazón al espíritu verdaderamente cristiano. La primera transformación y la más importante de todas es la que comúnmente llamamos la "conversión del corazón". Por eso para llevar a la práctica la doctrina expuesta por el Concilio Vaticano II, la Iglesia invita a los religiosos a la renovación. En el "Perfectae Caritatis" se dice claramente en qué consiste: "La adecuada reno– vación de la vida religiosa comprende, al mismo tiempo, un retorno, incesante a las fuentes de toda vida cristiana y laprimigenia inspiración de los institutos y una adaptación de éstos a las condiciones de los tiempos que han cambiado" 1 • Se trata consiguientemente de volver a las fuentes y de adaptarse a las condiciones de nuestra época, o sea, de encarnar, digamos, más profundamente en el mundo actual una vida religiosa más "espiri– tual", a saber, más pura y auténtica. No se trata de hacer concesio– nes de cambios a peor o de adaptaciones indiscriminadas a ciertas situaciones actuales, sino de "conversión". Se necesita un prudente discernimiento, porque como dice 1 PC2 a