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P. ANSELMO DE LEGARDA El viejo Diccionario de Pascual Madoz contiene, como es sabido, nu– merosas noticias de la primera guerra carlista. Al hablar de Urdax apunta varios datos. El hecho recordado por el último pudo moverle al alcalde an– daluz al intento referido por la novelista. Escribe Madoz: «En 1834 fueron sorprendidos en esta población (Urdax) ciento veinte sastres navarros por una brigada destacada desde Tolosa, apresándoles gran cantidad de lienzo, camisas, capotes, boinas y otros efectos. «El 13 de septiembre de 1839 salió de ella don Carlos y su familia para Francia, entrando dos horas después el general Espartero, en cuyo poder dejaron los cinco mil hombres que seguían al Pretendiente, toda la artillería y municiones.» Por Urdax también había entrado don Carlos el 9 de julio de 1834, según se dice allí mismo poco antes. * * * En la carta cuarta de Un verano en Bornos, fechada el 24 de junio de 1850, topamos con un navarro, sobreviviente de aquella guerra civil. «Cuando la puesta del sol derrama su vivificante frescura, salgo a dar un paseo a la orilla del río, en el que mi fiel Tritón, mi perro de Terranova, se solaza con las delicias del baño. «Cuando vuelvo, hallo mis flores regadas, o bien, según la estación, mi chimenea encendida y mi frugal cena preparada por Ramón. «Pero ¿tú sabes quién es Ramón? Ramón es un navarro que fue asis– tente de mi hermano Jenaro, y hoy es mi amigo. Nunca nos hablamos, así como no hablan la mano izquierda y la derecha, que obran de mancomún y que rige un mismo deseo. «Cuando murió mi pobre hermano, recibió, a su lado y por defenderle, un lanzazo que le destrozó el costado. Hecho prisionero, fue conducido con otros al campamento contrario, en que militaba la Brigada Inglesa. «Ramón sabía la suerte que en aquella infausta guerra estaba reservada a los prisioneros, y era la de ser fusilados. Pero ignoraba que aquellas fuer– zas eran mandadas por uno de los generales más caballeros, más humanos y más distinguidos de que se gloría el ejército. «Ramón pidió que se ·1e permitiese hablarle, lo que éste le concedió al punto. Vio entonces este jefe entrar en su tienda a un alto y arrogante mozo, el que, con una mano puesta en su boina y apretando con la otra una 324 [6]

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