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NAVARRA EN LA OBRA DE EDUARDO MARQUINA y en el albor de la mañana quieta, toma, por una senda, hacia la ermita donde es fama que habita, solo con Dios, el Santo de Ibañeta. ( 748) Tratábase de un hombre justo, apartado del mundo, austero. Cuidaba en un prado panales de miel. Oraba, daba buenos consejos en las disensio– nes y los iba escribiendo en un libro. Y así largos años, en sus peñascales, remedió los daños de sus naturales. Su vida era un haz de auroras iguales; daba a los mortales miel de sus panales; de sus manos, paz. Ante él llega el pastor decidido a serenar con la confesión las turba– ciones de su alma. Confiesa su visión de caza, y, como un pecado, la imagen que esculpe; y puesta en ella «la paloma gentil de aquella mano». Las santas palabras del ermitaño calman la angustia del pastor. Le anima a proseguir su tarea, a acabar la imagen santa. Le asegura que, entre diez lámparas de plata, han de verla en un altar. No era del mundo aquella dama. [29] Santa María, en su montura, llena de toda claridad, entre unos ángeles, has visto, bajo los árboles pasar. La blanca yegua-que regía, la creación limpia de mal; la blanca mano, hundida en luz, el lirio de su castidad; las trompetas de oro, en montería, la hora precisa al bien obrar; los jabalíes, la manada roma y cerril de Satanás... (VI, 755) . . . Santa María espera el trono donde la sientes a reinar. ... Pero esa mano, que decías que era paloma, en la piedad 259

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