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P. ANSELMO DE LEGARDA Virgen del buen mirar condescendiente, que un guardián de corderos' trajo, a darles virtud a estos oteros, la tarde aquella en que le habló una fuente; Señora de pastores y guerreros, Santa María, cerráranse tus ojos vivideros y se trocara, hasta en sus picos fieros, toda la forma de esta serranía. Ante la Virgen, «abeja de la miel de estas quietudes», nos va descu– briendo el poeta los sentimientos que le han embargado. Santa María, heme a tus pies, sentado en tus escaños; que, sin centrarla en ti, se desharía la leve esfera de mi poesía. · que es dulce en este infecundo frío de los corazones pensar en las protecciones que están más allá del mundo; que nos ayuda a vivir, cuando más agrio luchamos, pensar que no abandonamos a los nuestros al morir; y que en estas soledades, donde el horror se atropella siempre ha surgido la estrella que calma las tempestades"... (VI, 763) Acaba de decir, p. XIV: "Entre el 'comed del árbol' y 'tomad mi cruz' se pro– longa la trabajosa trayectoria del primer cuarto de mi obra, desde El Pastor y Odas, hasta la gran hora de la meditación ante la selva oscura". La selva oscura dantesca debió de ser la que el poeta traía en su alma, a los treinta y tres años, antes de pe– netrar en los hayedos de Roncesvalles y antes de postrarse ante la Virgen, preocupado por sí mismo y preocupado por su grey, esto es, por su mujer y por su hijo, a los que ha recordado varias veces en su obra y ahora encomienda a la Virgen en las tres cuartetas que preceden a las redondillas citadas por él (VI,762): 256 Pues hoy, que, en esta arboleda con mi grey, dime a temblar por la orfandad en que queda, cuando yo venga a faltar, no te hagas sorda a mi llanto y déjame en mi aflicción, pensar que tienen tu manto después de mi corazón. Caigan sobre mis amores tus dulces manos divinas, como caen estos candores de la luna en las colinas. (26]
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