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p. ANSELMO DE LEGARDA El pelotón de yeguas -tiende ansioso los cuellos a los montes cercanos, de erizados peñascos; temiendo y deseando que les llegue, desde ellos, el «irrinci» de guerra de los pastores vascos. La cañada adelante, por entrambas laderas, ocultas en la jara, trepan a las alturas; el invasor las toma por vírgenes guerreras viendo, a su arribo, tantas crinadas cabelleras flamear, por las crestas de las escarpaduras ... Siente el vascón ceñudo que el autóctono grito de sus relinchos bélicos le ampara en el combate; y, afincándose en ellas, los peñascos abate que, al resbalar, incendian sus puntas de granito. A las reminiscencias del «Canto de Altabiscar» ha agregado el poeta elementos propios que prestan nuevo color a la antigua gesta de los vence– dores de Roldán. Añade unas cuantas pinceladas sangrientas al cuadro y de las alturas· del recuerdo desciende a la contemplación actual: Bajo el techa! de un haya se agrupa, como ahora, que me insinúa en toda su Vasconia guerrera, triunfando, por la estirpe, de la edad destructora esta yegua rojiza de la crin volandera. Con la negra se ha remontado el poeta a los días de Roma; con la roja, a la rota de Carlomagno. Concluye el poema unciendo a las dos para unas faenas agrícolas que se truecan en fiesta jubilosa para todo el pueblo: 240 En un día de Pascua Florida, al primer giro del sol, por estos cielos recién asegurados, yo os quisiera, a las dos, reunir en el tiro del carro en que a montones van los henos segados. Llenarían el aire los henos primerizos, en el olor agudo de aquel su primer corte; y abandonando sus tugurios y chamizos, labradores, pastores, cabreros, boyerizos, a vuestro carro harían una triunfal cohorte. Sobre vuestras cabezas de estirpe irían llenos, el frontal de sonajas; la jáquima de flores; y os pondría, en el carro_, reclinada en los henos, la moza más garrida de estos alrededores. [10]
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