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NAVARRA EN LA OBRA DE EDUARDO MARQUINA Suena lejos el canto y se ha apagado el lucero: la luz que él. tenía, la toma el cantar. Por la selva oscura avanza el boyero como un dios. Páranse a mirarle las blancas deidades que vagan de noche por las soledades y tejen las nieblas del amanecer; el cantar del mozo no hace cura de ellas, y ellas van sembrando de flores sus huellas con una exquisita gracia de mujer. Su canción humana las cbnmueve tanto que algunas se ensayan a copiar el canto pulsando las liras de los manantiales; y otras tan de cerca le rozan la frente, que el mozo levanta la mano, indolente, y todas escapan entre los hayales; si una más curiosa queda rezagada, el mozo, pasando, prende en la aguijada las gasas de niebla que son sus cendales. . .. Rústico agorero, tranquilo boyero del trabajo humilde, del vivir sincero, ¡Dios guíe tus pasos por este sendero; nunca llamen duelos a tu coraz6n! ( 659-660) En «Juventud de la Tierra» ( 660-663) no canta a los jóvenes de aque– llos montes y valles, sino a la tierra joven que e.stá contemplando·. Yo sé, al mirar, que ha pasado la Historia, toda en furor por los sitios que miro; pero estas hayas no guardan memoria del viejo horror en su fresco retiro. Parece que el poeta, con haber llegado a Roncesvalles a los treinta y tres años, siente preocupación por la vejez: vacila su corazón «en su vida ya larga»; quiere hundirse en la juventud de la Tierra. [7] Quiero ser agua por estas cañadas, y secular peñasco en la sierra. ¡Yo quiero entrar con el alma, a forzadas, a hundirme en ti, juventud de la Tierra! ... Tierra, en perenne deliquio, acompaña al que confuso, buscándote viene; · ríos, hayedos, vertientes, montaña, ¡penetre en mí la ley que os mantiene! 237

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