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P. ANSELMO DE LEGARDA y el quieto arrobamiento de tu aldea bendita lo sentiría en ti cómo palpita. . .. Cuando tu aldea incierta ya no recuerde mi alma peregrina, ¡aún te veré, en tu puerta de madera de encina, como imagen devota en hornacina! En «El sendero» ( 655-657) el poeta no camina solo: lleva de la mano a su hijo y para su hijo inventa la historia del sendero y del rústico puente: Tú, que andas este sendero conmigo, hijo mío, tan suave y tan hacedero en el soto umbrío, con el humilde madero de puente en el río que va al molino harinero desde el caserío, ¿no piensas en el primero que lo abrió, hijo mío? ... Con un mozo nos encontramos en el poema «De urt boyero» ( 658-660). Cada madrugada bosque adentro va con su aguijada, su «ay-dá» y sus dos bueyes enormes uncidos al carro. Tengo envidia al mozo que les es boyero; cada madrugada le llamo al pasar: -¿Adónde a estas horas por este sendero? -A donde ayer, dueño; no me cabe errar; y a donde hoy, mañana; y así el año entero. ¡Mi cuento es el cuento de nunca acabar! ... Con todo, sus palabras no encierran amargura ni fatalismo. Se va ale– jando el mozo. El poeta le pierde de vista, pero le oye cantar. 236 Sobre la negrura del bosque, el lucero que precede al alba, se ve clarear, y en lo alto, las últimas hayas del otero, con las ramas, casi lo pueden tocar. [6]

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