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70 Miguel Anxo Pena González la causa indiana. Con todo, considera que existe buena voluntad por ambas par– tes, aunque en el fondo prevalecieran los intereses de unos pocos. Muestra datos claros de cómo se han acostumbrado a la vida «civilizada» y han asumido la doctrina cristiana los que han gozado de libertad justa. De ellos se conoce que han edificado los templos de sus pueblos de misión, casas para los doctrineros así como para los viajeros, amén de pagar puntualmente el debido estipendio al doctrinero y "tratándole con mucha reverencia". Narra el sometimiento de toda la comunidad a la autoridad del cacique, que vela por su pueblo y atiende a sus necesidades. Añade además, algo que era de singular importancia para ganar el favor del rey, el buen servicio y atención que presta– ban a los españoles, por lo que recibían una pequeña compensación económica. La defensa de los indios la convierte en ataque directo contra los enco– menderos. Le extraña que éstos no se hayan ya levantado ante las tiranías a que los someten sus señores, por lo que cree que no se les debe considerar como ladinos, en razón de que comprenden y saben distinguir lo bueno de lo malo. En las actuaciones que los encomenderos mantienen hacia ellos, no obtienen más que perjuicios, teniendo que someterse a lo que los encomenderos les dic– tan con detrimento aun de su vida espiritual. Le preocupa especialmente que los indios no conozcan todavía la doctrina cristiana y los sacramentos, de lo que son directamente responsables los encomenderos. Esta realidad que ha per– filado por medio de unos cuantos rasgos, la ejemplifica ahora en la persona de un indio al que califica de "desfigurado y desnudo". Narra los pormenores de su diálogo con él. Afirma que el indio le dijo ser esclavo, identificando la escla– vitud con un sometimiento de la propia vida a la voluntad del amo, concu– rriendo además en ello un manifiesto maltrato físico. El misionero se muestra indefenso ante este acontecimiento por lo que ruega ser escuchado por el sobe– rano, entendiendo que no se puede identificar la esclavitud natural con la culpa de aquellos que aun no han sido recibidos al bautismo. Duda que el rey llegue a tener un conocimiento veraz de los hechos, puesto que le harán saber sólo lo que conviene. Refiere cómo por el galeón que hacía la ruta con España, se le había enviado constancia escrita de todo lo aca– ecido, anunciándole ahora que si de todo aquello no salía una solución favora– ble a la defensa de los indios, lo único que se conseguiría es que se acrecenta– sen todavía más los abusos. El misionero está convencido de la necesidad de llamar a las cosas por su nombre, identificar las maldades y las posturas maquiavélicas, por lo que considera impropio seguir falsificando los argumen– tos para el interés de unos pocos. Teniendo claros estos principios, a las enco– miendas las llamará por lo que él entiende ser su verdadero nombre: ventas de indios. La razón para él se encuentra en que aunque lo ocultan con otros nom– bres, éste es el que más se ajusta a la realidad. Por otra parte, no descubrir el engaño es seguir colaborando a la esclavización práctica de los indios, en lo que él no está dispuesto a colaborar.

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