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EL CONOCIMIEN'I'O SAPIENC:IAL A MODO DE CONCLUSIÓN Hemos insistido, en diversos momentos a lo largo del pre– sente estudio, en ese sabor sapiencial que pennea toda la obra del Maestro Avila. Y, en este orden de cosas nuestro autor tiene conciencia de que reformar la sociedad supone, necesariamente, buscar una adaptación educativa, a la que él será especialmente sensible. Con su vida y obra, de palabra y por escrito, quiere llegar a los lugares a donde otros no son capaces de hacerlo o no pueden. Y este paso, decide conscien– temente hacerlo en lengua vulgar, rompiendo así con estilos y retóricas que considera que no son adecuadas, si lo que se quiere es lograr el anuncio del Evangelio, la adecuación de las gentes y su oportuna formación, debido al servicio o ministe- que estén llamadas a desempeüar. este sentido, su concepción del mundo y la vida, tiene resabios de sus orígenes conversos, que van tamizados -pero no escondidos- por medio de una cuidada y atenta formación intelectual, que abarca desde sus primeros aüos en Salamanca a la conclusión de sus grados académicos en Sevilla, pero teniendo un momento fuerte de inflexión en Alcalá de Henares. El Maestro Avila, desde estos parámetros, desarrolla una mirada pastoral y espiritual de la Sagrada Escritura, mantiene un sentido kerigmático. Entiende qne, para educar, es necesaria una buena dosis de empatía. Así, frente al modelo clásico sustentado en la ley y el mandato; él plantea otro donde el papel más relevante lo ocupa el compromiso personal la propia vocación. Precisamente por ello su proyecto educativo está sustentado en una profunda exigencia interior, que vive y propone a otros. Su o~jctivo es convertir, adoctrinar y ensefiar. Por eUo, la preocupación permanente por la fónnación y la refi>nnación es para él una vocación, en la que no hay lugar para propio lucimiento o protagonismo personal. Es una Uarnada tam– bién para todo aqud se acerca a su obra para traJx~jar en la viHa del Sefior- 18 • 218 FR. Lers DE G1nNAllA, Vida dd Padre i\fopstmJ111111 dP Avila, Tercera parte, cap. IV, 2.

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