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MIGUEL-ANXO PENA GONZÁLEZ • 97 tierras venezolanas. Las palabras de éste, por estar escritas desde aquel lado del mar resultan evocadoras: "Cuando tales cosas comprobamos, no podemos menos que proclamar una evolución lent_a, progresiva, nacio– nalista, firme, en la instrucción pública caraqueña, iniciada desde los propios años en que se plantó junto al Ávila el pendón de Castilla:' 37 Se puede entender que una enseñanza como la impartida por Es– paña en Indias llevaba en sí los gérmenes más eficaces para romper con la Madre Patria el día en que ésta no comprendiera los intereses oligárquicos, adornados de legítimas aspiraciones, por parte de sus hijas que entraban en su mayoría de edad ciudadana. Así, lo que podía haber sido un proceso lógico de desarrollo, se convirtió en una dolo– rosa ruptura. Pero quizás el detalle que nos resulte más sugerente es el hecho de que los mismos emancipadores se consideren los auténticos descen– dientes e intérpretes de aquel sistema, entendiendo que todo el periodo intermedio es un paréntesis de infidelidad a unas doctrinas que debe– rían haber sido asumidas por toda la sociedad de su tiempo. No cabe duda de que el detalle tenía una fuerte carga de construcción ética y social, puesto que era una manera de que aquellos que se emancipaban tuvieran un marco religioso y político de comportamiento, en el mis– mo momento en que estaban rompiendo con el que habían mantenido durante más de300 años. Se desligaban de la Madre Patria, pero no lo hacían del pensamiento que les había dado forma, aunque éste también tomaba un cariz. muy próximo al de la Revolución francesa y sus grandes ideólogos, puesto que eran también parte del sustrato final, pero siempre con matices muy propios y marcados desde el contexto nadar en 1670: "I?oy gracias a Dios de que no haya escuelas públicas, y confío no las ha de haber lo menos en cien años: porque del saber han nacido en el mundo la desobediencia, la herejía, las sectas". C. Bayle, España y la educación en América, 2a ed., Madrid, Editora Nacional, 1941, pp. 27-28. Algo parecido había afirmado también, un siglo antes, Quevedo: "De su espada, no de su libro, dicen los reyes que tienen sus dominios; los ejércitos, no las universidades, ganan y de– fienden; victorias, y no disputas, los hacen grandes y formidables. Las batallas dan reinos y coro– nas; las letras, grados y borlas. En empezando una república a señalar premios a las letras, se ruega con las·digriidades a los ociosos, se honra la astucia, se autoriza la malignidad y se premia la negociación, y es fuerza que dependa el victorioso del graduado, y el valiente del doctor, y la espada de la pluma. En la ignorancia del pueblo está seguro el dominio de los príncipes; el estudio que los advierte los amotina". F. Quevedo y Villegas, "La fortuna con seso y la hora de todos", en Idem, Obras Completas. I. Obras en prosa, Madrid, Aguilar, 1969, p. 258. 37 C. Parra León, La in,strucción pública en Caracas: 1567-1725, Caracas, s.e., 1932, p. 36.

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