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- 18 - Así, pues, la contemplación (sapientia) es, ante todo, un gusto, una como gustación interior (sapor), y como el gusto afecta prin– cipalmente al sentimiento, de ahí que el acto esencial de la con– templación es afectivo y no intelectual (1). La contemplación es esencialmente un estado afectivo y no depende de ninguna ma– nera del ejercicio del entendimiento. Si alguna vez se dice que el conocimiento y el sentimiento se unen en la contemplación, es que al término conocimiento se da un valor del todo especial, pues se habla de un conocimiento puramente afectivo, intuitivo, que no procede ni de un razonamiento sobre la divinidad, ni de la observación sobre las cosas sensibles (2), 13. La voluntad y la felicidad ultraterrena. - San Buenaven– tura distingue repetidamente entre la aspiración temporal a la felicidad (status viae) y la felicidad ultraterrena (status patriae). La contemplación mística es un atisbo anticipado de la felicidad ultraterrena, asequible sólo por vías extraordinarias. Pero el fin último del hombre es conseguir la felicidad ultraterrena y eterna. San Buenaventura dedica a este asunto, que constituye uno de los momentos culminantes de la Ética cristiano-medieval, páginas muy interesantes. También en este último punto, siguien– do el hilo conductor de las presentes notas, conviene señalar la función que el Doctor Seráfico asigna a la voluntad en el estado supremo de la felicidad ultramundana, o usando su propio lenguaje, in actu sive operatione gloriae. Tres actos, dice, son necesarios para que el alma goce perfec– tamente a Dios, a saber, la visión perfecta, el amor perfecto y la fruición perfecta. En realidad, todas nuestras potencias cooperan a la beatitud con su acto propio, realizado ahora de una manera perfecta, depurado de todas las imperfecciones terrenales. La po– tencia racional, cuyo modo habitual era creer mediante la fe, (1) Ibid. (2) Ibid.

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