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- 17 en San Buenaventura es que los dichos estados no aportan al alma un conocimiento nuevo preciso; más que luz en el entendi– miento son ardor en el corazón. Por eso, en muchos pasajes, llama a sus contemplaciones <<tinieblas y obscuridad>>. La gracia de la contemplación la refiere él al don de sabiduría. En los comentarios a los libros de las Sentencias se pregunta si el don de sabiduría y, por consiguiente, la contemplación afectan a la inteligencia o al amor; y responde que en cuanto se refiere al don del Espíritu Santo, la sabiduría expresa un conocimiento experimental de la divinidad cuyo acto consiste en saborear la suavidad de Dios (optimus enim modus cognoscendi Deum est per experimentum dulcedinis). Este gusto interior, que va siempre acompañado de alegría, supone necesariamente un acto del co– razón que se dirige a la unión con el objeto saboreado y un acto de la inteligencia que aprehynde este objeto (1). No es, pues, todo obscuridad: hay cierto conocimiento. El espíritu sabe que el alma está elevada al estado sobrenatural, y que está inundada de suavidad, y que esta suavidad viene de la posesión del soberano Bien que se comunica a ella. Pero este conocimiento queda obscuro e indistinto; lejos de ser lo esencial, no es más que un accesorio •en el hecho místico. El acto del don de la sabiduría es en parte intelectual y en parte afectivo: comienza por el entendimiento y se completa o se perfecciona en el sentimiento o afección, pues este gusto o degustación interior es, sin duda, un conocimiento de la bondad y de la suavidad de Dios, pero un conocimiento experi– mental. Y así, es necesario decir que el acto principal del don de la sabiduría reside en el sentimiento. San Buenaventura, citando a San Dionisio, declara que esta sabiduría sublime es irracional y loca (et Dionysius dicit, quod istius sapientiae est amentem esse), pues respecto de Dios, nuestro sentimiento es movido más por un .conocimiento negativo y aun por la privación de conocimiento que por las claridades del entendimiento (l) Sent. III, d. 35, a. unic., q. 1, conclus., t. III, p. 774.

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