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PUBLICACIONES Dentro de la colección "Temas de Navarra" se editó la obra Na– varra en la noche de las brujas, que consta de 9 capítulos con títulos tan llamativos como "el becerro de oro", "actividades maléficas que a las brujas se atribuyen", "inquisi– ción y justicia secular"... y 6 apén– dices que abarcan diversos aspectos sobre ungüentos, bebedizos, apare– cidos... Reproducimos, a continuación, el texto realizado por el autor para la contracubierta de la obra, el cual da una idea aproximada del entra– mado de la misma. "¿Hubo brujas en Navarra o no las hubo? Para desilusión de mu– chos, la respuesta es clara. No las hubo. O, dicho de otra manera, sólo existieron en la mente calenturien– ta de los jueces seculares y señores inquisidores, que necesitaban ser espadas de Dios en la Historia. El fuego devorador de cada pira en– cendida era incienso que se ofrecía al Redentor. Pero no por lo que los cazabrujas suponían, sino por todo lo contrario. La historia de la bruje– ría es historia de santidades. De gentes que morían con el santo [1] Videgáin Agós Fernando: Navarra en la noche de las brujas. - Pamplona: Gobierno de Navarra. Departamento de Presidencia, 1993.- 110 p. ilustraciones; 22 cm.- (temas de Navarra; 5). nombre de Jesús en los labios y re– citando el Credo. El Diablo, en tanto, se mesaba la barba y se carcajeaba. Jamás se había hablado tanto de él ni se había visto tantas veces represen– tado cerca de Dios y de los santos en las esculturas timpánicas de nuestras iglesias. Supo así ser a un tiempo el gran presente en la his– toria de nuestro medievo y recién estrenada modernidad, y también el gran ausente. Dejaba que otros realizaran su labor, mientras él sesteaba en los anchos helechales y en el corazón de los maledicen– tes. El fuego, en tanto, se había con– vertido en un convidado más a nuestras largas bodas de sangre. No había hecho falta que llegara la san– ta Inquisición para que aquí, en Na– varra, olieran plazas y calveros a chamusquina de carne humana. Es– taban las encrucijadas de caminos casi siempre aliviadas de hielos derretidos, de rescoldos a medio apagar, donde viandantes y peregri– nos apuraban sus manos. Olía el aire a romero y a humazos de la sarmentada. 467

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