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KISULABEAK - HORNOS DE CAL Por otra parte, ningún oficial albañil actual recuerda para nada este nombre aplicado a las pequeñas artesas o «gamellas» donde se prepara el yeso para el lucido de las paredes interiores de sus obras. El señor Cortea, natural de Azpilcueta en Baztán y gran. práctico en el arte de los hornos de cocer cal, me indicó después de mucho pensarlo que en los últimos años que él dedicó al trabajo en caleras, se cocía poca cal y no se vendía cantidad alguna del producto obtenido; se refería a los años anterio– res a 1936. La cal que se utilizaba para el blanqueo de las casas y viviendas procedía generalmente de otros lugares de Navarra, donde se habían monta– do caleras más automatizadas; «la cal de nuestros hornos, añadía, se emplea– ba solamente en el encalado de las tierras del dueño o responsable de la hornada». Otro informante, Cecilia Apesteguía, me indicó que recordaba que se solía medir la capacidad de las caleras en cuezos. Según esto, «tal o cual calera era de 300 ó de 250 cuezos», pero nunca lo usó en su vida artesanal como instrumento de medida. Se me subrayó finalmente que quizás no respondiese el cuezo a un determinado objeto de medida, por su gran volumen y su consiguiente peso, y sospechaba el señor Cartea que «dos buruzares colmados podían hacer un cuezo», lo que supondría, por cuezo, de ochenta a noventa kilogramos de cal viva recién sacada del horno, caliente y seca. 9. Humanismo y vida social en torno a las caleras Durante los seis o siete días de cocción de la piedra caliza, cada grupo de empleados trabajaba doce horas seguidas y estaba constituido generalmente por tres o cuatro hombres jóvenes, habilidosos y de buena salud; de día los acompañaba siempre el patrón y los vigilaba con frecuencia el maestro hornero, por si había alguna dificultad en la marcha general de la operación. El único contrato que se hacía con el dueño de la hornada era el de la manutención y cuidado de los operarios durante las doce horas del trabajo; cada empleado descansaba en su domicilio particular, pero el resto de su actividad lo hacía siempre bajo las atenciones de la etxekoandre de la casa responsable de la operación. ¡¡Sabes cuánto comían y bebían!!, me decía la dueña de la casa Garchito– nea de Arrazcazán, Lecároz. ¡¡Al fin y al cabo eran jóvenes y trabajaban mucho y en condiciones ásperas y difíciles!! La bota de vino circulaba de forma constante entre sus manos y siempre procuraban mantener abundante reserva del mismo en botellas de tres pintas, colocadas en la repisa de los vanos dejados en la pared lateral de la visera, legorra. También hacían uso del agua fresca conservada en botijos de tierra porosa (cerámica sin barnizar). «Se fumaba poco o nada, pero se bebía mucho porque se sudaba muchísimo», me decía don Pedro Lizasoain, otro veterano calero del Baztán. (Fig. 6: y 7."). La alimentación corría totalmente por cuenta de la casa que los contrata– ba; comenzaban el día con el desayuno, otamena, comida ligera consistente en queso, pan y vino; seguía a media mañana con el ameketako, humeante y abundante a base de despojos de cordero o bacalao con huevo batido; continuaba con la comida fuerte de mediodía, bazkaria, y, después de la [21] 397

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