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l -83- la puerta, llamando en altas voces al portero suplente para q,ue acudiera a la portería. .. Este episodio es testimonio elocuente de aquella obediencia al deber, llevada hasta la inmolación de la vida, que constituye el elogio más preciado que pueda hacerse de un hombre. Como siempre había desempe– ñado aquel oficio por servir a Dios y lo había hecho con el mismo espíritu y la misma fe que si se tratase de la conversión del mundo entero, encontró en el há· bito y en la virtud aquella energía que le hacía consi– derar como cosa despreciable el peligro de la v1cta fren– te al deber. Deber que ya no tenía valor para él toda vez que se hallaba en los umbrales de la eternidad. De hecho como pasase por allí un religioso joven y viese levantado al santo anciano que se bamboleaba, llamó l 1 1ego a los demás religiosos y lo pusieron de nuevo en el lecho. Acto seguido comenzaron a recitar las oraciones de los moribundos a las cuáles respondió el Santo con sumisa voz hasta que al Ave María del sábado 21 de Abril de 1894 mientras la campana de la iglesia tocaba el Angelus cerró plácidamente sus ojos y entregó su hermosa alma a Dios: parecía haberse dormido dulcemente. Dibujóse luego en su semblante un rayo de serena majestad y una sonrisa angelical en sus labios que pa– recía decir: «Voy a la casa del Señor.» Uno de los presentes exclamó: -«La Virgen Santísima se ha aparecido sin duda a Fr. Conrado y ha llevado al cielo su alma.»

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