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-80- hasta el presente estaría dispuesto a hacerlo todavía otros mil años. ¿Qué import!l sufrir si su «amado Dios» es glorif:ca– do por ello? Lo tiene escrito a su «hermana» que «su libro es la cruz y comenzando a hablar de ella no acaba– ría nunca.» Así pues, aún suspirando por el cielo, la vida se le ha hecho breve porque ha sabido sufrir en ella. Y todavía cree no haber alcanzado aquel grado de amor por el que anhela. Quisiera remontarse más alto , ser un serafín de amor. «¡Oh!, exclama en una cart~ a la «hermana », amo muy poco a mi Dios, y éste es preci– samente mi tormento, por que yo quisiera ser un serafín. » Mas el amor perfecto no se halla sino en el cielo . Trabaja, se fatiga. Y en el trabajo se ingenia por purificar y aume1:i-üir su amor, toda vez que su pensa– miento y voluntad están fijos en Dios, de suerte que «su conversación es1á en el cieb, » y ni aún sus múlti– ples ocupaciones le distraen de la unión íntima con su Amado . Y ese Dios a quier. ha servido con tanta fidelidad , está ya a la puerta, va a llamarle a Sí para galardonar sus sacrificios , colmar sus ansias ardientes y hacer bri– llar con fulgor divino su humildad y retiro . Es el 18 de Abril de 1894. Apoyado en el bastón que le sostiene, sube el vene– rable anciano a las 5 de la mañana a la santa capilla para ayudar mis a y comulgar en ella. Lo mismo que todos los días. Pero es la úl tima vez.

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