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CAPITULO XI El Ocaso humilde portero de Altoetting avanzaba entre tanto en edad y contaba ya 76 años. ¿Cómo transcurrió tanto tiempo? Ni siquiera él podría decirlo. O mejor, él menos que los demás. Colocado ahí, junto al santuario de la Virgen, a la cual le ligan tantos vínculos de afecto y de gratidud, trabaja por servirla diligentemente en la persona de los religiosos, de los peregrinos, de los pobres, de todos aquellos que acuden a honrarla y ofrecerla sus obsequios y oraciones. Y sabe servir a todos esos con amor. Por lo demás, toda su vida ha sido una vida de amor. En la carta a su «hermana» espiritual escribe él mismo que «el amor no conoce límites», es decir, que no se mide con el tiempo. Ahora bien, los 76 años de su existencia han transcurrido dentro del c1rculo de ese amor; y si bien la nostalgia del cielo le punza, sin em– bargo por amor de su Dios así como se ha sacrificado
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