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-78- amor e invit,ar muchas veces a todas las criaturas para que me ayudasen a amar a mi Dios! Voy a acabar por– que esto va demasiado largo. Et amor no conoce lí– mites.» ¿Cómo no sentirse conmovido al leer estas cartas donde vibra tan pujante la necesidad y el amor de Dios? ¿Y cómo no dtsear que esta correspondencia se hubie– se prolongado más todavía? Parece que el Santo no escribió más por humildad, y la «hermana, , que era sin duda también humilde y digna de él pues logró ocultarnos su nombre, tuvo que contentarse con leer y releer las tres cartas recibidas y meditarlas despacio. Y por cierto que había siempre en ellas harto de d::mde sacar fruto. De todos modos ha sido una fortuna para nosotros et que tales cartas se nos hayan transmitido, toda vez que encierran un exquisito perfume de santidad y vida sobrenatural de que estaba llena el alma de nuestro Santo.

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