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-74- tima confidente del Santo, y a la cual éste se manifes– taba con entera y san:a libertad. A ella dirigió algunas éartas que son en algún,modo un~ revelación. La,s tres que poseemos demuestran por una par:e el gran aprecio en q4e la tiente y nos dan por otra una pauta segura y admirable de su corazón, de su vida interior y del in– cendio de, amor divino qµe arde en su pecho. No se sabe donde se conocieron. Es probable con todo que en la portería de Altoetting es donde tuvo lu– gar el encuentro y se trabó aquella santa amistad. Como m:raba siempre bajo el punto de vista sobre– natural a los pobres, visitantes y peregrinos, y I>ios le había dado especial don de escudriñar los corazones, nada extraño, que se·hubiese dado cuenta de los dones del cielo de aquella alma. O bien (y esto es tal vez más ve– rosímil) aquella señora, angustiada en su espíritu e in– decisa sobre lo que siente en su corazón y no hallando quien pudiera com_prender sus temores y dudas, se ha– bría manifestado al portero de Altoetting, cuya santi– dad conocía bien, y le habría expuesto sus angustias. El hecho es que ll~garon a conocerse y estimarse mutuamente, y pues el Santo le escribió cartas de tan– ta familiaridad y confianza y le hizo tantas confidencias, no cabe duda que tení3 un alto concepto de su santidad. En efecto: le habla y ·responde con afecto sobrena– tural, y usa,frases y expresiones de -tan alta espiritua– lidad que son una joya en su g~nero. En la primera carta del 17 de Abril de 1872 le dice: «Respetabilísima hermana, reciba mis saludos por me-

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