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-62-:- Un sacerdote de aquellos contornos, habiendo tra– tado una vez con el portero de Altoetting, gusta de volver allí y se detiene cerca en un ángulo para ver y oir y admirar sus virtudes. Y observa y vé. Son esce– nas de las que no es posible gozar en otra parte. Gen– te que va y viene. Tirones contfnuos a la cadena de la campana. Pobres que se suceden, visitadores ilustres y turbas de peregrinos. Todos tienen que pedir o decir algo a Fr. Conrado. Y éste allí siempre para abrir, dar, responder y aun terciar alguna palabra con mesura. Pero siempre tranquilo, siempre igual, siempre sereno, siempre recogido, como si aquel mundo in•quieto no se moviese al rededor de él. «Quien lo veía-dice aquel sacerdote-se sentía lleno de veneración hacia él y mo– vido a imitarle. Por su rostro se adivinaba la unión ín– tima de su Corazón con Dios y se tenía la impresión de hallarse ante un Santo.»

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