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-61- do cuyo aspecto le conmovía grandemente. Y al volver a casa solía decir muchas veces a la madre superiora. -¡Si pudiese ser yo tan paciente como Fr. Conrado! Por más que los años hayan bonado de la mente de los qut le conocieron su figura privilegiada, sin embar- go por el hechizo espiritual que ejercía sobre las almas, Fr. Conrado no puede ser olvidado facilmente. «La venerable figura de Fr. Conrado-dice una mu– jer que le conoció-está todavía vivamente impresa en mi memoria. Me represento perfectamente hasta el pre– sente su modo de presentarse en la portería: con los ojos bajos, la cabeza inclinada, con el rosario o et cru– cifijo en la mano y moviendo sus labios que no cesaban de rezar.» ¿Cómo no había de impresionar de ese modo? Un joven, que después fué Redentorista, asistió un día a una escena que no olvidó jamás y que dejó en su mente huellas indelebles. «Era yo estud iante, dice, y ayudaba un día la misa en la iglesia del convento. En el ofertorio como no estu– vieran preparadas las vinajeras fuí a traerlas en el mo– mento en que ya Fr. Conrado venía con ellas. Termina– da la misa, el celebrante le reprendió ásperamente, aún cuando no tuviera él ninguna culpa. Estaba ya para to– mar su defensa, pero la dulce paciencia con que Fray Conrado recibió la humillación hizo que me faltara la palabra y callé. El hecho me causó profunda impresión. Y cuando andando el tiempo he tenido humillaciones en la vida religiosa he pensado en el Siervo de Dios y he vencido las dificultades.»
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