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-53- desaparición de sus provisiones, ocultan las llaves y los alimentos a fín de que no caigan en sus manos. Y cuan– do él advierte que no le es posible dar cuanto quisiera, no escatima sacrificios y da a los pobres lo que tenía que c0mer él. Los días en que el P . Guardián hace preparar sopa especial para los pobres u hornadas de pan con ese ob– jeto, Fr. Conrado cuida de que todo se haga con dili– gencia. Una vez que el encargado del horno se descui– da en su oficio, el Santo le reprende: -Hermano mío, le ruego que tenga más cuidado con lo que se destina a los pobres. A otro tamb ién que se muestra negligente en un oficio semejante le dice con dulzura: -Mire, hermano: los bienhechores nos dan la li– mosna para nosotros y para los pobres. Ahora bien, no es razón que tratemos de mala forma la de los pobres. Si bien todos en general miraban con simpatía la actividad del Santo y admiraban su exquisita caridad, no faltaban sin embargo algunos que se preocupaban al verlo tan generoso. Uno de éstos díjole en cierta ocasión: -Fr. Conrado, amor a los pobres, sí, pero prodi– galidad, no. -No tema-responde sonriendo el Santo-lo que se da a los pobres se recupera más abundantemente. Y de hecho los frailes en el convento lo comprue– ban así. No obstante la generosidad de Fr. Conrado nunca falta nada y las limosnas afluyen siempre en su-

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