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-49- Poco después, un domingo de Julio, llega de Mu– nich una peregrinación de mil personas. Muchos, ter– minadas sus devociones, pegan a la puerta del conven– to y piden como de costumbre pan y cerveza. -Dispénsenme-les dice el Santo con dulzura-no puedo darles. Aquellos se miran con muestras de asombro, y al– gunos que comprenden que aquella costumbre tiene ·que ser muy gravosa para el convento se retiran, pero otros insisten en su demanda: -Fr. Conrado, ¿no nos ha dado otras veces? -Sí, es verdad. Pero ahora no puedo. -¿Que no puede? _Diga mejor que no quiere. Y no faltan cuchicheos y hasta hay quien pronuncia frases de censura contra el Siervo de Dios. La obediencia por encima de todo. Los superiores son los que dan las órdenes; pero Fr. Conrado es quien debe cumplirlas, atenerse a sus consecuencias y tener paciencia. Y esa paciencia la debe ejercitar no solamente con las murmuraciones sino con los caprichos de personas harto indiscretas e importunas, sobre todo de mucha– chuelos insolentes que no escase&n en la portería de Altoetting. Son vagabundos y gente ociosa que llegan a veces en grupos de veinte y aún más. Algunas veces son hasta más de sesenta o setenta. Los jóvenes son -siempre los mismos en todas par– tes: imprudt:ntes, impertinentes a veces, astutos siem– pre. Entre ellos hay quienes ejercitan no poco la pa- 4

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