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-37- impregnado de luz, de amor, de atracción inefable. Pero él es hijo de la obediencia y por más que el amor a María le fuerce a desear el santuario de Altoet– ting no quiere jamás habitar en él contra la voluntad de sus superiores. Ni pedírselo quiere. Su aspiración única es ya negar y contrariar su voluntad propia. ¿Acaso no incluyó entre los propósitos hechos en el no– viciado «combatir en todo su propia voluntad»? En con– secuencia no quiere tener ni preferencias ni predilec– ciones y si la dulce Madre de Altoetting le fascina y atrae, él sabrá cultivar en su corazón su amor y su con– sagración a ella; pero pedir la vuelta allí, eso nunca. Ahora que ha terminado tan laudablemente el novi• ciado y ha emitido los votos, ¿a dónde le destinarán los superiores? Atendiendo a su formación y a la profesión del si– glo, cualquiera hubiera aconsejado el colocarlo en un convento donde hubiera una huerta que necesitara un experto hortelano y una mano se 6 ura y ejercitada. Pero he aquí que el Provincial le manda de portero precisamente al convento de Altoetting, junto a la mi – lagrosa Virgen a quien tanto ama y a la que está ligado por tantos afectos. ¡Que contraste! Mientras él en aras de la obed iencia y de la mortificación se esfuerza por contrariar la preferencia e inclinación que s iente por Altoetting, la Virgen bendita le llama allí precisamente, para que la sirva junto a su santuario. ¡Oh dulces predilecciones de María! ¡Cómo habría llorado su fiel siervo de emoción y alegría!
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