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90 Vida del P. Adoain cada una de las misiones relatadas, y en otras que más ade– lante referiremos, las cuales duraron un mes, y aun más, pero desaparecerá toda extrañeza, si se considera el inmenso tra– bajo que en ellas tenían, comparado con el que hay ordinaria– mente en las misiones que se dan en nuestra Península, trabajo que solía determinar la duración de la misión; y aun muchas veces tuvo que dejar sin concluir la misión, o al menos , no pudo recoger todo el fruto de la misma, sea porque otros pue– blos más necesitados reclamavarí su presencia, sea porque le llamava a su lado su Prelado y Arzobispo el P. Claret. El trabajo de estas misiones era muy ímprobo por varios mo– tivos. Como estaban tan abandonados, había una ignorancia suma en materia ele Religión, y, por tanto, además ele los sermones y pláticas de misión propios para adultos, se veía en la obligación de instruir a los niños de ambos sexos, y aun a muchos adultos, en las verdades más elementales y necesa– rias para hacer una buena confesión y comunión, y a catequi– zar a los esclavos, que eran. por desgracia, en gran número. Además, todo el confesonario corría a cargo de los misioneros sin ayuda de otros sacerdotes, pues escaseaba mucho su número en la Isla y dejaba no poco que desear la conducta de· algunos, con los cuales en manera alguna tenían confianza sus feligreses. Esto , y el tener que oir confesiones de mu– chos años y de toda la vida, les obligaba a pasar muchos días de la misión doce y aun catorce horas de confesonario. A este pesado trabajo agregábase otro peculiar de aquellas misiones, que era el que ocasionaban los amancebados, a quienes había que casar, para lo cual clebfan investigar si había algún im– pedimento, sacar la dispensa en caso afirmativo, proclamarlos en tres días consecutivos y por fin unirlos con el santo vínculo– del matrimonio. Nuestro P. Esteban , que parecía tener una naturaleza ele hierro, a la cual ninguna impresión producía el • cansancio, manifiesta en sus manuscritos. si bien por una. sola vez, que se le desvaneció la cabeza y que sintió aba– timiento por haber leído 100 pr0clamas ele matrimonios des– pués de un sermón de cinco cuartos de hora. Baste esta pequeña

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