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68 Vidci clel P. Adoain -Señor Ministro-contestó el P. Esteban;-no ha habido predicador más grande que Jesucristo, y, sin embargo, los escribas y fariseos le llevaron de tribunal en tribunal, y no pararon hasta que le quitaron la vida. -¿Contesta sí o no a las preguntas~ --No me separo del Santo Evangelio. -¿,Sabe V. que todo el Congreso y Cuerpo legislador se · ocupa en V. y en sus predicaciones'? -No tendrán mucho que hacer cuando se ocupan de un. pobre Capuchino. Yo nunca he predicado contra ningún– Gobierno, pues siempre he exortado a la paz y unión. Yo qui– siera que esos que se llaman Padres de la Patria estuvieran revestidos del mismo espíritu que yo, y les aseguro que otro. sería el resultado. El Gobierno promete mucho bueno, pero operibns c1·edite. Acto continuo fué decretado por el Gobierno auto de prisión; a lo que él dijo: -Señor Ministro, ¿,está Dios en la cárcel? -Está en todas partes-respondió el Ministro. -Pues llevadme en buen hora, que Dios no me abando- nará. Fué llevado, pues, a la cárcel, pasó la c,rnsa al tribunal superior y hubo declaraciones de muchos testigos, todas ellas favorables al P. Esteban; sin embargo, el célebre misionero seguía en su prisión, visitado y socorrido diariamente por· todo lo más selecto y escogido de la sociedad de Caracas. Entre tanto ocurrió un cambio de Gobierno, el Ministro de F.:,paña lo reclamó como sübclito español exigiendo la libertad del Capuchino, y pronto fué puesto en libertad despt1és de haber estado preso ce1·ca de dos meses. Por lo que, ya libre. volvió a proseguir con nuevo fervor y gran ahinco sus predi– caciones y misiones, sin que hubieran conseguido amedren– tarle. Poco le faltó para coronar la gloria de su apostolado en Venezuela con la brillante aureola del martirio, pues no le faltó el deseo, y si no llegó a realizarse fué por falta de atrevi-

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