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Vida del P. Adoain Lo mismo fué hablarle de confesarse que enmudecer; le hablaba de otras cosas y a todo respondía muy bien, pero en tratando de confesarse, punto en boca; no pronunciaba ni una palabra. Por más que trabajó el celoso misionero , no pudo hacer que pronunciara siquiera los dulcísimos nombres de .Jesús y María. Murió, dice nuestro misionero, como un perro a las veinticuatro horas, y puedo decir con Belarmino signa darnnationis suae satis aperte 1·elinquens, .. El segundo ele los casos que hallamos en los apuntes de -este misionero es que, habienclo predicado un día que nadie recibiese en su casa a las personas amancebadas, amena– zándoles con que descendería la ira de Dios sobre los que recibieran en sus chozas a semejante gente, sucedió que a raíz del sermón fueron despedidos de una de las casas unos amancebados. Se dirigen a otra, en la que son recibidos, pero las amenazas ele nuestro apostólico varón no son vanas; -en el momento en que la dueña ele la choza les dijo que entra– ran, cayó como herida por un rayo quedando privada de los sentidos, y sin recobrarlos, fué llevada en una hamaca a donde •estaban los misioneros; corre su compañero el P. Julián, pero •en el momento en que éste llegó, dió el último suspiro esta infeliz mujer en presencia de aquellos cuyos consejos había despreciado . V Estos y otros casos semejantes contribuían a que creciese cada vez más la veneración que tenían a nuestro P. Esteban, y a que éste continuase trabajando en la civilización y con– versión ele aquellos infelices con más placer y entusiasmo. cuando he aquí que en un mismo día , el 10 de septiembre, se vieron los dos misioneros acometidos de unas fiebres tan ma– lignas, que en un momento los dejaron postrados y abatidos, por tanto, inútiles para el trabajo. Debido a la privación en que se hallaban de todo lu,.mano socorro , sin tener ni me– dicinas, ni quien les diera una taza de caldo, pues el indio no

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