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Sii apostolado en Veneziielct 61! Apure y del Arauca bajo la sombra de los árboles, temiendo siempre a los tigres y otws animales venenosos de k,s muchos que allí hay y que continuamente los rodeaban. Habi2ndo regresado al Palote, encontróse con que su com– pañero había sido atacado de la fiebre, con tal fiereza, que le había dejado en los huesos, y con un color cadavérico, sin, médico, ni alimentos, ni medicinas más que una pobre botella. del famoso purgante Le Roy. Con un poco de vino tinto que · llevó de Achaguas el P. Esteban y algunas galletas, se reanimó el enfermo y restableció algún tanto, y confiados en, la divina Providencia, siguieron instruyendo a los indios, casando á los riue estaban públicamente amancebados y bauti– zando gran número ele niños . Este movimiento general ele los indios a recibir dóciles las enseñanzas de los misioneros , así como tam bié:i los Sacramen– tos de la Iglesia, el Bautismo, el Matrimonio y 1a Penitencia, no dejaba de tener a1g·unas excepciones, por lo que el mismo. misionero nos refiere dos casos en los cuales resplandece la ira de Dios, dejando a los obstinados morir en su pecado según la amenaza que a los tales lanza Jesucristo en el Evangelio , In peccato 1,estro moriemini. El primero es que estando una vez a punto de salir a celebrar Misa en su chocita, le llamaron a toda pl'isa para asistir a una india que se moría. Dirigióse adonde estaba, y la halló tendida en una hamaca. Se informó de su vida y descubrió que hacía más ele doce años que vivía entra– tos ilícitos con un hom~re. Preguntóle qué era lo que quería , y le respondió : - Quiero casarme . - Está bien-le dijo el Padre.-¿,Tiene usted hijos o bienes. de qué disponer? - Nada tengo, Padre. - ¿,Pues para qué quiere usted casarse? - Padre, para salvar mi alma. - Para salvar su alma - le dijo - no hay más que un, medio, y es hacer una buena confesión con verdadero dolor ele sns pecados. Yo no puedo casar a usted sin haberse antes confesado y pedido perdón de sus escándalos .