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54 Vida del P. Adoain en voz bastante baja el Ma, ma, ma, haciendo coro con el de los hombres, y repitiendo esto mismo en otro coro las mujeres. Después de un buen rato, paran de bailar, y todos se dan de palmadas, y comienzan a silbar. Luego, el cantor entona en voz: más alta el Maricct, rnarica, rnarica, y del mismo modo que antes, cantan hombres y mujeres a dos coros y concluyen con voces y silbos . Si tienen una botella de eg·orito (aguardiente), echan un buen trago, y nadie puede ya evitar que bailen. Cuan– do ya están acalorados, da principio el cantor, por tercera vez, entonando en voz muy alta el Baricodé, baricodé, baricode, y entusiasmados con el canto, empiezan a hacer unas inclina– ciones profundas, doblándose hasta tocar con . la cabeza en tierra, volviéndose a levantar, y siguiendo estas ceremonias. hasta que, cansados y jadeantes, se da por terminado el baile . Tal fué el baile a que asistió nuestro misionero . Sospechando que en las profundas inclinaciones que hacían habría alguna. idolatría, se informaron de un indio gobernador que sabía el español , y , efectivamente, vinieron en conocimiento de que· con aquellas inclinaciones adoraban al caimán, al tigre y a la culebra, por ser animales a quienes tienen un miedo cerval. Así lo habían apre::idido de los indios chiricoas o bravos, que eran antropófagos. Este fué el primer recibimiento que les. dispensaron los indios. Presentáronse también a los misione– ros los caciques de otras tribus, luego que ·tuvieron noticia de su llegada a la misión . En vista de las buenas disposiciones que demostraban los. indios para con los misioneros, concibió nuestro Padre Este– ban el plan de edificar algunas casitas como único medio de conseguir que se reunieran en un punto, a fin de poderlos. catequizar e instruir en las verdades de nuestra Santa Reli– gión, y como para esto se necesitaban recursos, de los cuales. carecían, escribió al Sr. Gobernador de Achaguas en este sen– tido, solicitando los que el gobierno debía satisfacerles, según lo estipulado ·anteriormente entre el comisionado y los misio– neeos, recursos que desgraciadamente nunca llegaron a sus. manos, aunque el gobernador les dió esperanzas y buenas
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