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52 Vida del P. Adoain arma, que no envidian al mejor cazador, basta que vean la cabeza a una tortuga o cualquier otra ave, por chica que sea , se la encajará donde ellos quieren. No hacen más que ir a un río, y ya vuelven con la suficiente comida para aquel día; no hacen más que salir ele la choza, con su flecha, al monte. y ya vuelven con un buen pato , o con un venado, o con otra caza. Cuando quieren variar no tienen más que ir al monte '1 recoger frutas silvestres, que son abundantísirnas. En tiempo de los huevos de tortuga, garzas, etc., etc., el indio toma la flecha, la india sus chiquillos en el zurronito y van a pasa1· sus quince o treinta días de campo: como nadie les pide el pasaporte , ni necesitan ele diligencia, lo verifican cuando les da su real gana. No tienen más armas que el arco con su flecha y la cerbatana con su saeta. Cuando quieren matar alg·ún animal bravo, envenenan la flecha y al momento cae el animal; corren luego con el antídoto, le quitan la parte dañada, y se comen lo demás sabrosamente. Hay una fruta que llaman chig·a, y con esta fruta, rallada, hacen pan de chiga; a nosotros nos regalaban, pero no podíamos ni olerlo. Las chozas las fabrican con cuatro palos por los cuatro cos– tados, las cubren o techan con paja, quedando a todos los vientos. En sus casitas no se veía más que un chinchorro , el arco, las flechas y una especie ele caldera de barro , hecha por ellos, •para cocer el pescado; no usm sal ni especias . Cuando están en su chinchorro. siempre tienen que esta1· ahuyentando los zancudos y mosquitos con un tejido que parece abanico». Hasta aquí son palabras de nuestro misio– nero. III Llegado que hubo a las pobres y pequeñas chozas de los indios, constrnídas de paja y barro, presentóse uno de los corregidores con gran número de ellos, todos desnudos, así hombres como mujeres, lo cual causó a nuestro misio- • nero gran compasión, porque aquellos infelices no tenían de

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