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Su apostolado en Veneziwla 41 bondad y misericordia cuanto más grande era el pecador que ,contrito se arrojaba a sus pies. Las grandes verdades de nuestra Religión, anunciadas con .extraordinario fervor por nuestro Misionero, y las terribles sentencias del Espíritu Santo traídas con oportunidad en sus sermones, tales como Porro, unwn est necesarium. Mimdus tmnsiit et concupiscentia, ej1,r,s. Quoinodo ,Jacta est meretrix óvitas fidelis .- Vce qui consurgitis mane ad ebl'ietatem sect(ln– dam qui dicitis malwn bonum, et bonmn malum, y otras por el estilo, impresionaron tanto al auditorio, que el mismo Padre asegura en sus apuntes que es imposible formarse idea de los prodigios que obraron en esta misión, y que en ninguna de cuantas había presenciado en Italia y América había visto hasta entonces tantas maravillas como en esta. Eran tantos y tan descompasados los sollozos de los oyentes, que le obligaban a interrumpir su sermón. Sin embargo de esto, todavía conti– nuaron las contradicciones; el infierno hizo un último esfuerzo para frustrar el fruto de la misión; mas en vano, porque los -enemigos de Cristo fueron humillados. Cierto día, después de salir del sermón, como si tratara un malvado de burlarse del Misionero, organizó un baile en cierta casa, causando un es– cándalo público. Subió al día siguiente al púlpito, y expuso .ante sus ojos la infidelidad de una alma para con su Dios, -explicando aquellas palabras de la Escritura Santa: JJurum et amarum estrelinquere JJominum ... propterea irtjernus dilatavit animam meam... Refiéreles aquel espantoso ejemplo sucedido -en Nápoles con una mala muJer llamada Catalina, cuando predicaba en dicha ciudad el Beato Francisco de San Jerónimo, easo el más verdadero y auténtico, por haber sido testigo pre– sencial toda la ciudad y haberse guardado en el archivo de la misma, y tomando entonces el Crucifijo en sus manos y levan– tándolo ante el pueblo, con igual castigo amenaza a los que se opusieren a la Divina palabra, y consigue q ne se arrepien– tan, que lloren su pecado y que se cierren los salones de baile. Viendo que se les escapaba la presa, empezaron a decir en la ciudad que los Capuchinos eran perturbadores de la tranqui-

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