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Oración fúnebre 415 estilo, acomodado a las inteligencias más escasas; la exposi– ción clara, la argumentación poderosa, apoyada en la Sagra– da Escritura y en los Padres; la fuerza de su persuasión irre– sistible. Recordábase sin querer, al escucharle, al Apóstol San Pablo. En el eco de aquella voz, en aquel brazo extendido, en aquella frente majestuosa y aquella mirada penetrante había algo de aquel in ostensione spiritus et 1)irtutis del Apóstol de las gentes. Del fruto de sus misiones son testigos los pue– blos de esta Diócesis y la de Cádiz y la de Málaga y la de Córdoba, que tuvieron la dicha de escucharle. Testigo es ese extenso campo de Capuchinos en que se despedía de nosotros cuando la misión del 77. Mucha mies había ya segado el operar~o evangélico, y el Padre de familias le llamaba para remur.erarle en el cielo. Predicaba a la sazón en Fuente de Andalu~ía; un impulso de celo le hace caer de rodillas en el púlpito, y con sus brazos en cruz sigue exhortando a los fieles: el fe.ego de su caridad lo abrasa, hierve la sang·re en sus venas, y la fi,3bre, fiebre de caridad, se apodera de él al bajar del púlpito. Desde entonces el P. Esteban quedó herido de muerte. Es verdad que, apenas restablecido, volvía al trabajo y a la tarea; pero cuando se disponía a recibir a sus hermano" de Francia, la fiebre le amenazó de nuevo, y recrudeciendo el mal, con proporciones alarmantes en Antequera, deseó y obtuvo ser trasladado a Sanlúcar, para morir, decía, entre sus hijos, y entre nosotros ha estado, durante esa larguísima y penosísima agonía, santificando su humilde celda, edificando a esta peni– tente comunidad, dejando a todo el puebb el ejemplo vivo de la muerte de un justo. Sus virtudes adquirieron todas un real– ce vivísirno durante esos días, dejando percibir el aroma purí– simo de un alma madura para el cielo. La enfermedad era agudísima y dolorosísima, concentrada en los órganos más importantes, en el resorte principal de la vida, el pulmón no funcionaba y el corazón latía con inquiebd dentro de su pe– cho ruinoso. f, sin embargo, de los labios del P. Esteban no se exhaló una queja; nadie sorprendió en ellos ni un débil

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