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Vida del P. Adoain el Misionero le estrecha contra su corazón y le bendice: el indio le brinda su choza. su barco, su casa; el Misionero le da la luz de la verdad y el bálsamo de la vida. Pero esta amistad jurada, ¡cuánto sacrificio no lleva en pos de sí y a cuánto no obliga! Selvas impenetrables, soledades espantosas, llanuras inundadas, ríos invadeables, precipicios, acechanzas, lazos, peligros, todo hay que afrontarlo y todo que vencerlo o que sufrirlo; y todo lo venció y lo sufrió el P. Esteban. Miradlo, anciano, septuagenario, enfermo, en el espacio que media una y otra fiebre intei·mitente, atravesar los inmensos llanos que riegan el Apure y el Orinoco. Cuando la calentura le rinde, dormita bajo la sombra df> un árbol, apoyada la cabeza en una piedra; cuando puede siquiera sostenerse sobre sus }Jies, emprende ele nuevo su camino, porque espera aquel indio que, venido de otra tribu o de otra raza, está allí, a la orilla de aquel inmenso río, sobre aquella frágil piragua para llevarle en ella a otras selvas, a otras soledades, a otros de!;lier– tos que esperan también la llegada del Misionero. Y eso un día y otro, y años y muchos años, sin tregua, sin descanso, con grandes consuelos espirituales, sí, pero tam– bién con inmensas amarg·uras. Venezuela, Guatemala, el Ecuador, no en las provincias habitadas, sino en aquellas regiones que todavía no ha visitado la avaricia del mercader y que sólo conoce el Misionero, son testigos del glorioso apos– tolado del P. Esteban. ¡Cuántas veces esos descalzos pies habrán tropezado allí en aquellas selvas sin sendero! ¡cuántas veces esos labios, secos ya para siempre, habrán deseado en balde una gota de agua en aquellos inmensos desiertos! ¡qué emociones tan encontradas y tan opuestas habrán agitado ese corazón y habrán turbado ese pecho ya vacío! Un moribundo reconciliado, un pecador arrepentido, un pueblo dócil, conmo– vido por la palabra del Misionero, dejando sus viciosas cos– tumbres, llorando sus pecados, perdonando a sus enemigos, santificando sus familias. ¡Oh qué consuelo para el ministro de Dios! ¿,Qué hablaría con Dios, qué le diría el alma del P. Esteban cuando-después de un triunfo de estos de la gracia,

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