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410 Vida del P. Adoain caridad, El P. Esteban estaba en todas partes; él, solicitado por los Obispos, llamado por los pueblos, echaba los cimientos de las nneYas comunidades, las dotaba de personal el más conveniente y les comunicaba el calor de su alma, el amor de Dios y de los hombres. Y esto con una influencia tan dulce, tan natural, tan espontánea, sin rigores, sin severidad, sin dureza, como si por una fascinación misteriosa se hiciera dueño de los corazones y de los resortes más secretos de las almas. ¡Ah! breve fué, muy breve, la prelacía del P. Esteban, pero la memoria de su venerada prelacía no se borrará nunca de los Capuchinos españoles. Y no era ese, repito, el destino que le reservaba la Providencia. La revolución, que arrojó de España a los hijos de San Francisco y demolió hasta los cimientos de sus humildes casas, torció providencialmente el camino al P. Esteban, le cerró las puertas de la prelacía, pero le abrió los caminos del más glorioso Apostolado. Al dar el último adios a su patria, a aquellas montañas y a aquellos valles que sólo pueden dejarse o cambiarse por el cielo, el P. Esteban no se despidió de su Religión, ni de sus votos, ni: aun de su hábito. Este hábito con que está amortajado y que le acompañará en el sepulcro y que aun reducido a polvo, esta– rá unido al polvo de su corazón, no ha dejado ni un día, ni un instante, de cubrir ese venerando cuerpo. Ni un instante, por lo tanto, el P. Esteban ha dejado de ser Capuchino, es decir, el hombre de Dios, el hombre de las almas. Desterrado, pues, lejos de sus nativas montañas. mda había cambiado en reali– dad para él: era lo que había sido y estaba en el mismo lugar en que había estado. No porque, al estilo de la filosofía paga– na, creyera que para el sabio toda la tierra es pafria, cuando para el cristiano todo es destierro y su única patria es el cielo; sino porque en todas partes está Dios, y en todas partes se puede orar, y en todas partes hay almas que rescatar; en este sentido el espíritu del P. Esteban, alejado de su país, se sintió más libre y vió delante de sus ojos todo un mundo que su fortaleza podía recorrer, su predicación iluminar y su cari– dad ardentísima fecundar con las semillas de las virtudes.

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