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Oración fúneb1'e 407 razón por los resplandores de la fe, el joven Esteban no vaciló; la Iglesia perseguida, la Religión menospreciada, la fe y la verdad, la justicia y la moral arrojadas de la sociedad y del corazón del hombre, hirieron profundamente su alma y resol– vió desde entonces ponerse en cuerpo y alma al lado de esa verdad y de esa fe, ofreciéndose como soldado a defender los fueros de la Iglesia y de la Religión, oJupando un puesto en los combates que se han reñido y se reñirán siempre entre la tierra y el cielo, el infierno y el Altísimo . A poco de está resolución, pedía el hábito de los frailes menores de San Francisco, y en una ceremonia ternísima rasuraba su cabeza, se cubría de tosco sayal, cambiaba de nombre como quien se despide de la tierra, para empezar una vida nueva, y recibía de unas manos venerables el libro de la regla y un instrumento de mortificación, que le marcaba los destinos de toda su existencia : ¡Un fraile más, habría dicho con una estrepitosa carcajada esa impiedad que blasfema de todn aquello que ignora! ¡Un fraile más, dijeron los ángeles del Cielo: un compañero más en los ejércitos del Señor! Y un angbl más empezó a existir sobre la tierra. La vida del P. Esteban en la religión, en esa religión más que humana de la Orden Capuchina, puede decirse ·rnrdaderamente la vida de un angel. Su humildad no era aquella moderada posesión de sí mismo, de que nos hablan los saJios, y que fué la uto– pia, la utopía nada más, de los antiguos estoicos y de los moralistas sin fe y sin revelación. Fué la humildad verdade– ramente cristiana, la que se abisma en la consideración de su propia miseria y su propia nada; la que mata de una vez, hiriéndola en su misma raíz, la pasión de la soberbia; la única que ennoblece, que rehabilita y que regenera al hombre. ¡Misterio insondable de la religión cristiana! Alzar al hombre sobre su misma miseria, haciéndole bajar precisamente hasta ella. Como el cristal, sólo con el roce del mismo cristal se labra y se pulimenta, así la miseria del hombre, sólo con el roce, con el abrazo, con el amor de esa misma miseria se lim– pia y se borra. Por eso en el P. Este1.Jan e!'a tan vivo y tan

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