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406 Vida del P. Adoain dría y desde Zaragoza a Moscou, y al estruendo de la guerra se ai·rullaba en sn cuna el ilustre hijo de San Francisco, la gloria de la religión Capuchina. Su infancia y su niñez pasa– ron como flotando sobre el mar de la revolución; cuando al rayar en la adolescencia su inteligencia virgen derramaba la primera mirada en torno suyo, la superficie de ese mar estaba al parecer tranquila, el cielo despejado y sereno, pero la atmósfera estaba viciada; de la revolución vencida, como de un inmenso cadáver, se exhalaban emanaciones mortíferas; el orden moral y más aún el religioso estaban profundamente perturbados; apenas el Genio del 01·istianismo se iba haciendo lugar en unos corazones roídos por la corrupción y en unas inteligencias cegadas por las aberraciones de una desatentada filosofía, el mal había echado muchas raíces y muy profundas y la tempestad, aunque escondida, ardía como arden los hornos escondidos en las entrañas del volcán, antes de su erupción. Razón, pues, más que sobrada había para temer por la suerte futura de aquel niño que acababa de despertar el sueño de la inocencia en los valles risueños de Navarra. ¡Hacia qué lado se inclinará aquel corazón! ¡Qué rumbo tomaría aquella alma del temple de las almas grandes, de las grandes resoluciones y de los grandes hechos! Porque el P. Esteban era un carácter excepcional; en la carrera de las armas habría sido quizás otro Alejandro. otro Aníbal, otro duque de Alba; al frente de un Estado, ese brazo, yerto ahora e inmóvil, habría sido, quizc1.s, el brazo de Felipe II. Afortunadamente el P. Esteban .había nacido en un país venturoso; a aquellas altísimas montañas no suben con faci– lidad los miasmas palúdicos del charco de la revolución, ni la lengua que allí se habla, esa hermosa lengua que parece una resonancia del cielo, del lenguaje que hablaba Dios con nues– tros padres en el Paraíso, se presta fácilmente a servir de hilo misterioso por donde pase la corriente de las ideas subver– sivas, ni el grito de la impiedad rebelándose contra Dios. Asistido así, providencialmente, del cielo, alumbrada su

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