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404 Vida del P. Adoain ha muerto! nos deeíamos los unos a los otros con la frente mustia por la tristeza y el corazón ab,·evado de amargura. Y esta voz como acicate clavado en nuestra alma nos ha hecho correr presurosos, subir esa empinada cuesta y entrar jadean– tes en este templo. Y helados de espanto ante ese féretro, sin dar fe a nuestros propios ojos, luchando con esa tristísima realidad y revolviéndonos contra nuestra misma evidencia, no podemos contener ese grito que se arranca de nuestra alma llamando a nuestro Padre: ¡Padre Esteban!. .. ¡Padre Este– ban!. .. Nuestra voz se pierde en el inmenso vacío de la muerte... Era verdad ... No nos escucha, no está ahí, eso es una sombra, su vestido ... ¡El Padre Esteban ha muerto! El Sacerdote que subía al altar a ofrecer la Hostia santa del cielo y alzaba sus brazos conteniendo la justicia del Altí– simo ha caído desde el altar al féretro, desde el Sinaí de la oración al sepulcro. El Prelado que había visto crecer y multiplicarse los hijos en torno suyo. como la oliva sus retoños, ha caído entre sus brazos y regado con sus lágrimas. El Apóstol que ha cruzado de una a otra zona, de uno a otro clima, de uno a otro hemis– ferio, llevando entre los labios la antorcha luminosa de la fe; el Misionero que desde la Cátedra de la verdad clavaba en las almas el arpón del remordimiento y las hacía temblar al fulgor de las eternas verdades, ha caído corno cae la palmera tron– chada por una ráfaga del simoún del desierto. Esos ojos vela– dos de ordinario por la modestia y la mortificación, y que abiertos por el celo de la caridad se clavaban como acerado puñal en el corazón endurecido, o atraían con dulce fasci– nación al arrepentido y penitente, se han cerrado una vez ¡ay! para no volver a abrirse más, Esa voz vibrante y sonora que arrebataba nuestra alma hacia las regiones eternas, cantando al Dios Santo, Dios Fuerte, Dios Inmortal... no volverá a sonar en nuestros oídos ni en nuestros corazones. Esa impo– nente figura, toda ella nobilísima y excepcional, como si fuera un reflejo de Moisés bajando del Sinaí, o ele Elías orando en el desierto, o de Ezequiel dando vida con su voz a los huesos

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