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398 Vida del P. Adoain unción, burló la vigilancia ,de los que lo cuidaban y se fué al coro medio arrastrando; y allí le vimos con asombro delante del Sagrario con los brazos en cruz, orar largo rato despidién– dose de Jesús Sacramentado. A duras penas se le pudo arran– car de allí para volverlo a su lecho, donde se faé consumien– ·do aquella vida como lámpara que se acaba. En la madruga– da del 7 de Octubre de 1880 nos avisaron que el P. Esteban ,se hallaba en la agonía. Acudimos a su celda todos los reli– giosos, y mientras se rezaban por él las letanías de los agoni– :zantes, dejó de existir a las cinco de la mañana. »La noticia de su muerte corrió por la población con la velocidad del relámpago, y fué general el llanto, el luto y la -desolación de todos. Las muchedumbres corrían en tropel al •convento, llorando la muerte de aquel santo, y la iglesia estuvo llena de gente los tres días que permaneció insepulto su cadáver. E3te se colocó en severo catafalco rodeado de ,nardos, romeros y plantas olorosas que los fieles arrebataban y distribuían entre sí para guardarlas como reliquias. Pero no contentos con eso, empezaron a cortar pedacitos de hábito ,con tal prisa, que fué preciso poner guardias al féretro para ·que la indiscreta de,,oción del pueblo no dejara desnudo al cadáver. »Sns funerales fueron solemnísimos. Los presidió el Seiior -Obispo, hijo de Sanlúcar, Don Sebastián Herrero y Espinosa de los Monteros, que luego fué Cardenal y Arzobispo de Va– ,lencia; y predicó la oración fúnebre aquel portento de sabidu– ría y elocuencia que se llamó Don Francisco Rubio y Contre– ras, Arcipreste de Sanl úcar. Terminada ésta, se trasladó el cadáver del V. P. Esteban a un nicho construído. para él, bajo tierra, en la capilla del cementerio conventual donde •reposa. Sobre su tumba hay una hermosa lápida de mármol 1blanco que mide 1;87 X 0,65 con la siguiente inscripción.»

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